SERIE LAMENTI DIVINI

Parole di Gesú a suoi sacerdorti

Traducción: María Dolores Briceño

 

Busco almas - Verdadera vida

Séptima Parte

 

  

 

LAMENTOS DIVINOS 

 

XIII

 BUSCO ALMAS

 
 
 
   Lo que perece es nada; la materia es conveniente sólo para el tiempo;
es el alma humana lo que vale, porque durará toda la eternidad. El tiempo transcurrido en la tierra no tendría significado si las almas no fueran inmortales. ¡Ah, las almas!...

 

   Por las almas vine a la tierra.

  Por su amor sufrí tanto y por su amor expiré en la Cruz, martirizado desde la cabeza a los pies, que parecía un leproso.

  Moretones, llagas y Sangre por todo el cuerpo y todo esto por Amor a las almas.


 
Mi sueño siempre ha sido y será la salvación de las almas.


   Y, ¿qué otro deber tienen todos mis sacerdotes?

                ¡¡¡¡Salvarse y salvar!!!!


  
Ante todo se debe salvar la propia alma; es el deber más grande y es estrechamente personal; luego se debe trabajar para salvar a los hermanos.


   La parábola de los talentos debería hacer reflexionar a los sacerdotes que son poco cuidadosos, pues el siervo ocioso fue puesto en las tinieblas donde hay llanto y rechinar de dientes.


  ¿Por qué os he escogido entre las innumerables criaturas y os he revestido con la dignidad sacerdotal? ¿Tal vez para gozar más y para que gocéis de la bella vida? ¿Por qué se os ha dado años, sino para incrementar los talentos recibidos?

¿Qué ganancia debe estar en el primer puesto en vuestros pensamientos si no el gran número de almas para salvar?

¿Cuál es el fruto de vuestro ministerio si no me presentáis continuamente almas salvadas?


   Ciertos sacerdotes son
demasiado mezquinos, preocupados solamente de no caer en la culpa grave; cuando alcanzan a estar un poco en equilibrio y sin caídas, creen que pueden estar tranquilos con su conciencia.

         ¡Es un gran error!


 
 El primer paso es ciertamente el de evitar el pecado grave.

  Pero esto no es suficiente ¡¡¡para nadie!!! Mucho menos para los sacerdotes, que deben ser apóstoles, luz y sal de la tierra. Y si bien deben huir del mal, deben preocuparse con todas sus fuerzas de hacer el bien. Dejar de un lado el bien, cuando se tiene el deber como ministros de Dios, cuando se tiene el tiempo y las circunstancias lo permiten, ¡¡¡es un pecado de omisión!!!


   ¡Cuántas almas que instruir,

   cuántas aconsejar,

   cuántas consolar!

  ¡Cuántas personas buscan al confesor!

  ¡Cuántos enfermos moribundos que asistir!

  ¡Cuántos niños que plasmar en la Fe!

 ¡Cuantos centros de trabajo que visitar para ponerse en contacto con multitudes de obreros que se han olvidado de Dios!

   ¡¡¡Cuánto trabajo está delante de cada sacerdote!!!


   Y mientras las necesidades de las almas son tantas y urgentes,

  ¿dónde están y qué están haciendo mis sacerdotes?...

  ¿Cómo ocupan su tiempo?...

   Horas y horas delante del televisor, viajes de placer, pasatiempos, visitas peligrosas... prolongadas...

   ¿Y las almas?

   Están allí esperando a alguien que parta el Pan de la vida, ¡pero no lo encuentran!
¡Laborad, oh sacerdotes míos! ¡Utilizad vuestro tiempo!


   Trabajan más los enemigos de mi Iglesia, que muchos sacerdotes débiles en la Fe, tibios en el amor y a veces paralizados por una apatía total.

¡¡¡Es tiempo de despertar y de renovarse en el espíritu!!!

 
   Sacerdotes,
¿es así que se sirve a Dios, al Sumo Amo que os ha dado sus talentos?...


   A cada sacerdote he dada talentos, a quien uno, a quien dos, a quien cinco. A quien más le ha sido dado,
más se le pedirá.
Tengo sacerdotes ardientes de caridad, sedientos de almas; para ellos todo es nada o casi nada; para ellos lo que cuenta es la salvación de las almas, de muchas almas. Pero si en el mundo tengo millares de sacerdotes cuidadosos,

¿por qué no pueden ser así también las otras decenas de millares?


   ¡Meditad todos en la suerte que le tocó al siervo ocioso, que no hizo fructificar el talento del patrón! En el día del Juicio Final, cuando los sacerdotes ociosos verán a tantas almas malogradas por culpa de su ociosidad, comprenderán el gran mal que se han hecho a sí mismos y a los hermanos y cuánta alegría han sustraído a Dios.


¡Corregíos mientras estáis a tiempo!

 

XIV

 VERDADERA VIDA


 
   Los sacerdotes ejemplares, muy activos, se convierten en imanes para las almas buenas, atraen a los pecadores endurecidos y derraman por doquier la buena semilla de la Verdad y de la Gracia. El secreto de su ministerio fructífero es su vida interior, es decir el espíritu de piedad, que les da luz, fuerza y alegría.


  ¿Y por qué otros son infructuosos? Es porque olvidándose de la vida interior hacen que su espíritu sea tísico: son pobres enfermos en el alma, inútiles para sí y para los demás.


   ¡Bienaventurado aquel consagrado
que sabe vivir en dulce intimidad conmigo, corazón a corazón conmigo, para sentir lo que Yo amo a las almas!


   Los sacerdotes que me aman son mi dulce morada, mi consuelo, mi alegría. ¡Cuántas
amarguras sufre mi Corazón al verse tan olvidado por los sacerdotes!


   Pensar en Mí con frecuencia, actuar bajo mi mirada con amor y serenidad; hacer todo con intención recta;
no dar a mi enemigo Satanás ni siquiera un átomo de incienso; evitar las pequeñas infidelidades voluntarias; aprovechar las buenas ocasiones que hay para traerme almas; tenerme en el centro del corazón; detenerse sin prisa delante de mi Tabernáculo; avivar la Fe, viéndome en el prójimo; hacer una llamada frecuente al pensamiento de la eternidad... todo esto es el gran secreto de la vida interior.


Y es propia la vida interior que lleva al fervor, inflama cada vez más y hace llegar a un alto grado de perfección.

 

  SERIE LAMENTI DIVINI

Primera Parte:  Introducción - Escuchad

Segunda Parte: Abrid los ojos - Preaviso

Tercera Parte: Prisionero... Solitario - El Crucifijo ¿devoción pasada?

Cuarta Parte: La Virgen Madre - Habla San José - Reina de los Ángeles

Quinta Parte: Saber negarse a sí mismo - Dios es Justo

Sexta Parte: La mano a quien ha caído - La comodidad es superficial

     Séptima Parte: Busco almas - Verdadera Vida  (usted está aquí)

Octava Parte: Cristo Rey - Yo olvidaré - Por los sacerdotes difuntos

 

 

 

 

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