SERIE LAMENTI DIVINI
Parole di Gesú a suoi sacerdorti
Traducción: María Dolores Briceño
Abrid los ojos - Preaviso
Segunda Parte
LAMENTOS DIVINOS
II
¡ABRID LOS OJOS!
¡Oh sacerdotes míos, intermediarios entre
Dios y el hombre, cadena de oro que debe unir a las almas a Mí, despertad en
vuestros corazones los buenos sentimientos del día de vuestra ordenación! ¡Es
tan grande la dignidad de la cual os he revestido y está bien que estéis
conscientes para comprender cada vez mejor vuestra grave responsabilidad!
Todas las amarguras que algunos sacerdotes me causan están unidas a
aquella gran amargura que me ha hecho sudar Sangre en el Huerto de los Olivos,
cuando veía que en los
siglos futuros se habrían
renovado la renegación de Pedro en las filas de mis ministros, la traición de
Judas en tantos sacerdotes sacrílegos y la fuga de los discípulos,
fuga debida a los escándalos de
ciertos consagrados.
En aquella noche del Getsemaní, tan tormentosa, encontré a los tres
Apóstoles que eran los más queridos, sumergidos en el sueño: ellos dormían
mientras Yo sangraba por la angustia. Los desperté, invitándolos a que oraren,
pero se durmieron nuevamente; se despertaron solamente con el ruido de la
multitud que venía para capturarme.
¿Es posible, oh sacerdotes míos, que no comprendáis la gravedad de la
hora actual?... Vosotros dormís plácidamente, meciéndose en una vida cómoda,
mientras Yo, vuestro Redentor y Maestro,
agonizo
por las inquietudes que cada día se multiplican.
Vengo para despertaros con los tristes acontecimientos de cada día,
pero vosotros os despertáis solo por un momento y luego inmediatamente os dormís
nuevamente como los tres Apóstoles. Una vez más regreso para despertaros con mis
lamentos divinos, con la confianza que os despertaréis.
¿Queréis tal vez sacudiros, como los Apóstoles al sonido de la multitud, solo
cuando se desencadenará en el mundo la tempestad? ¿Cuando mis enemigos, os
pondrán las manos encima?...
La historia del pasado ¿no os
enseña nada a propósito?
¿No veis como las olas del mar aumentan, se agigantan y se
desencadenan contra mi Nave, la Iglesia? Las olas chocarán
pero mi Iglesia no se hundirá,
porque en la Nave estoy Yo.
Pero... ¿cuál será la suerte de
tantos sacerdotes?...
En el mundo se está combatiendo entre los hijos de las tinieblas y
los hijos de la luz. Mi Vicario, el Papa, en las horas de soledad llora; está
abatido, rodeado por tantas mentes en erupción. Paulo VI, iluminado y asistido
por Mí, está consciente de la extrema importancia de la presente hora.
(Esto lo decía Jesús en tiempos de Pablo VI, en los años 60, ¿qué diría ahora,
en 2003 - y peor aún en el 2011, pensamos nosotros... - cuando el mal ha
avanzado tantísimo a todos los niveles hasta el punto de que incluso hay
sacerdotes que pregonan
públicamente, desde los
medios de comunicación su homosexualidad practicante?...)
Muchas almas, que en un tiempo eran fieles a Mí, se encuentran en
condiciones desastrosas. En esta situación escabrosa ¿qué hacen mis
sacerdotes?... Para mi consuelo, tengo unos que son buenos, ¡sacerdotes
verdaderos! Pero los demás... ¡que no son pocos!... Hay quienes
se rebelan contra mi Vicario,
hay quienes niegan o ponen en duda la otra vida,
hay quienes niegan la existencia
de Satanás,
¡hay quienes niegan mi real
Presencia Eucarística!, y hay hasta quienes dudan de mi Divinidad y de la
existencia de un Dios Creador.
¡Ay de quienes tratan de cambiar la verdad de la Fe! ¡Ay de quienes
tratan de sustraer la Gloria a Dios Omnipotente! Ciertas mentes sacerdotales son
una Babilonia verdadera: ¡confusión y tinieblas! Y con todo esto se declaran
maestros. Más que pastores, algunos son ovejas negras en mi rebaño místico y
otros son lobos rapaces.
Pregunto a estos desventurados:
¿Cuando fuisteis ordenados sacerdotes y me jurasteis fidelidad, teníais los sentimientos de hoy?... ¿No estabais contentos de pertenecerme y de cooperar conmigo para la salvación de los hermanos?...
¿A qué se ha debido vuestro cambio?...
Antes orabais; poco a poco habéis disminuido y luego casi dejado de un lado la oración. Antes estabais convencidos de vuestra pequeñez; luego ha entrado el orgullo.
Un tiempo cultivabais el espíritu de penitencia; poco a poco habéis comenzado a acariciar el cuerpo, dándole lo que no era necesario, y por consiguiente el cuerpo os ha arrastrado al fango... ¡Qué situación tan penosa la vuestra!
Habéis dejado el Maná celestial para alimentaros de bellotas como los animales inmundos.
Antes respirabais el aire puro de mi Gracia y ahora os debatís en el fango nauseabundo. Reflexionad, ¡oh sacerdotes míos, caídos o a punto de hacerlo, reflexionad sobre vuestra triste condición! Decidme:
¿No tengo el derecho de lamentarme?
La mala conducta de tantos sacerdotes me arranca multitudes de almas. Y Yo, que para salvar aún a una sola me haría crucificar de nuevo, si fuera necesario, ¿cómo debería tratar a estos ministros?...
¿Es posible que seáis tan ciegos como para no ver esta realidad amarga?
III
PREAVISO
Vosotros conocéis alguna cosa del pasado y del presente;
Yo conozco todo, también el
futuro.
Al inicio de este siglo el Omnipotente le dijo a un alma privilegiada:
"Cuarenta, cincuenta años antes del 2000 le será conferido a Satanás un poder
particular en la tierra; los poderes infernales se irán de preferencia contra
los sacerdotes".
¿No veis que
está sucediendo lo que Yo mismo he revelado?
¡Convenceros! Los demonios saben la ganancia que es para ellos un
sacerdote desertor y por esto los ataques contra los consagrados de hoy son
tantos y tan fuertes; hasta el punto que si aquellos
no vigilan y no rezan
intensamente, pronto o
tarde caerán
en la red diabólica.
Permitidme que ponga mi mano en una de las llagas del clero de hoy.
No trato de aludir a los consagrados generosos.
He instituido el Sacramento del Amor, la Santa Eucaristía. Veinte siglos de
Historia, con millones de prodigios eucarísticos, han comprobado y todavía
comprueban mi real Presencia Eucarística.
¡Sacerdote, que estás en el altar para celebrar, entra en ti mismo!...
¿Crees en el Misterio Eucarístico?
Si no crees ¿por qué vas a celebrar?
¿Por qué te engañas y engañas a los demás?
¿Qué título se te confiere?...
¡El de hipócrita y de impostor!
En cambio si crees en
la Transubstanciación,
pero no tienes puro el corazón y la mente, y tienes manchadas las manos,
¿Cómo te atreves a tocar mi Carne Inmaculada?
¿Cómo no tiemblas pronunciando las divinas palabras de la Consagración?
Y desgraciadamente ¡hay quien celebra así!
¡Hay quien traspasa de este modo
mi Corazón divino! ¡Y Yo,
misericordioso, paciente!... ¿Pero hasta cuándo deberé soportar? ¿Mi Justicia no
reclama también sus derechos?
Otros celebran, todavía unidos a Mí, con mi Gracia. Pero ¡qué
celebraciones!... Quien os asiste podría decir:
"Pero, ¿este sacerdote cree en lo que hace?".
¡Debéis tener más Fe en el Santo Sacrificio y amarlo más! ¡Ninguna
prisa, mucho recogimiento y oración ardiente! Existen almas
para salvar
y muchas otras para
sostener. La Misa es
tiempo preciosísimo.
Celebrad bien para glorificar a Dios, para edificar a los
presentes, para renovaros en la juventud del espíritu y para luego llevar a las
almas, a lo largo del día, el fruto del Sacrificio Divino.
¡Cómo espero, con ansia y alegría, Yo, prisionero de Amor en el
Tabernáculo, la
celebración de los sacerdotes fervientes!
Cuando en el altar está un digno ministro mío, olvido de alguna manera las
amarguras que me causan los sacerdotes sacrílegos o fríos.
Mi Carne Inmaculada, profanada por manos indignas, se glorifican con el contacto de manos puras y Yo entro amorosamente en el corazón del buen celebrante, enriqueciéndolo con una nueva luz y uniéndolo cada vez más a Mí.
Oh, si todos los consagrados fueran puros y enamorados de mi
Eucaristía, ¡¡¡cómo se
transformaría el mundo!!!
¡Hijos predilectos de mi Corazón, reavivad vuestra Fe y meditad seriamente en
vuestro ministerio! A vuestra palabra consagrante Yo, Rey de tremenda majestad,
obedezco humildemente y desciendo al altar. En vuestras manos se realiza la
Encarnación viva como sucedió en el seno de mi purísima Madre. ¿Y no os deja
confundidos un misterio tan grande, un don tan grande, que Yo os hecho?
SERIE LAMENTI DIVINI
Primera Parte: Introducción - Escuchad
Segunda Parte: Abrid los ojos - Preaviso (usted está aquí)
Tercera Parte: Prisionero... Solitario - El Crucifijo ¿devoción pasada?
Cuarta Parte: La Virgen Madre - Habla San José - Reina de los Ángeles
Quinta Parte: Saber negarse a sí mismo - Dios es Justo
Sexta Parte: La mano a quien ha caído - La comodidad es superficial
Séptima Parte: Busco almas - Verdadera Vida
Octava Parte: Cristo Rey - Yo olvidaré - Por los sacerdotes difuntos
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