Jesús:
A Mis sacerdotes: Mi amor por ellos es Grande, tan Grande que hasta que no estén en el cielo comprenderán su plenitud. La Devoción debería ser su Estandarte; la Fidelidad, su Antorcha; la Pureza, su Traje Festivo y el Amor su Emblema; para que Mis corderos Me reconozcan en ellos y vean claramente Mi Imagen. A Mis pastores los quiero puros, para que en su pureza su fruto sea completo.
Comiencen Mis sacerdotes a examinarse sobre su vida interior, ¡cuánto encontrarán que deben rehacer! Rehacerse a sí mismos, para rehacer a los demás, santificarse a sí mismos, para santificar a los demás, menos lecturas inútiles y nocivas, menos televisión, menos espectáculos; más meditación y oración, más devoción a mi Madre y Madre vuestra también, más vida eucarística.
Administrad los sacramentos con
delicadeza y fervor, y sobre todo, con fe viva. Sed un reflejo Mío para que las
almas busquen en vosotros consuelo y consejo.
El sacerdote para no llevar por caminos erróneos a las almas y a otros
sacerdotes compañeros, debe ser un alma de oración intensa, o él mismo, no sabrá
caminar rectamente y puede caer en el error y el engaño
El pan de cada día
de un sacerdote debe ser
Mi Sagrado Cuerpo. El
sacerdote que no comulga en las debidas disposiciones, es un sacerdote que va
camino de la perdición eterna. Lo digo Yo y lo dijo Mi Apóstol Pablo.
Sacerdotes de Dios,
procurad que vuestra vida sea intachable, santa en todo momento,
cuando os vean y cuando no os
vean, porque la mirada de Mi Padre y Mía, están en todo momento puesta en
vosotros. Vuestra conducta santa atraerá muchas almas a Mi Divino Corazón.
Muchos pecadores se convertirán, muchos hermanos vuestros apartados de su
ministerio volverán, Yo os lo aseguro, porque asocio a vuestra santidad, muchas
conversiones y muertos que renacerán a la vida de la gracia
Omnipotente
y Eterno Dios: dígnate mirar el rostro de tu Cristo, eterno y Sumo Sacerdote, y
por amor a ÉL, ten piedad de tus Sacerdotes.
Recuerda, oh Dios misericordioso, que no son sino débiles
y frágiles criaturas. Mantén vivo en ellos el fuego de tu amor. Guárdalos
junto a Ti, para que el enemigo no prevalezca contra ellos, y para que en ningún
momento sean indignos de su sublime vocación.
¡Oh Jesús!, te ruego por tus fieles y fervorosos Sacerdotes, por
tus Sacerdotes tibios e infieles; por tus Sacerdotes que trabajan cerca o en
lejanas misiones; por tus Sacerdotes que sufren la tentación; por tus
Sacerdotes que sufren soledad y desolación; por tus
jóvenes
Sacerdotes; por
tus ancianos Sacerdotes; por tus Sacerdotes agonizantes; por las almas de tus
Sacerdotes que padecen en el Purgatorio.
Pero sobre todo. Te encomiendo a los Sacerdotes que me son más
queridos; al Sacerdote que me bautizó, al que me absolvió de mis pecados; a
los Sacerdotes a cuyas Misas he asistido y que me dieron tu Cuerpo y Sangre en
la Sagrada Comunión; a los Sacerdotes que me enseñaron e instruyeron, me
alentaron y aconsejaron; a todos los Sacerdotes a quienes me liga una deuda de
gratitud.
¡Oh Jesús!, guárdalos a todos junto a tu Corazón
y concédeles abundantes bendiciones en el tiempo y la eternidad. Así sea.
Roguemos a Nuestro Señor Jesucristo para que nos mande sacerdotes con verdadera vocación de servicio y que crezcan en amor y santidad
Buen Pastor y Señor Jesucristo
que sentiste compasión al
ver a las muchedumbres
como ovejas sin pastor.
Te pedimos que envíes a la Iglesia
sacerdotes según tu corazón.
Que ellos presidan la oración y
las alabanzas de tu pueblo,
que alimenten nuestras vidas
con el pan de tu Palabra
y nos congreguen a celebrar
el Bautismo, el Perdón, la Eucaristía
y todos los sacramentos de la fe.
Hoy ponemos en tus manos
a todos los sacerdotes que has llamado
ayúdalos a crecer en amor y santidad
para que vivan plenamente su vocación.
Santa María, Madre de la Iglesia,
Virgen de la fidelidad y del servicio
ruega por nosotros. Amén
Oración
Señor, llena con el don del Espíritu Santo a los que te has dignado elevar al Orden Sacerdotal para que sean dignos de presentarse sin reproche ante tu altar, de anunciar el Evangelio de tu Reino, de realizar el ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte los dones y sacrificios espirituales, de renovar a tu pueblo mediante el baño de la regeneración; de manera que vayan al encuentro de nuestro gran Dios y del Salvador Jesucristo, tu único Hijo, y reciban de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden sacerdotal.
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Oración por los
sacerdotes
|
Oración por los
sacerdotes.
(Santa Teresita
de Lisieux)
Oh Jesús, que has instituido el sacerdocio
Para continuar en la tierra la obra divina de salvar almas;
Protege a tus sacerdotes en el refugio de tu Sagrado Corazón.
Guarda sin mancha sus manos consagradas
Que diariamente tocan tu sagrado Cuerpo,
Y conserva puros sus labios
Teñidos con tu preciosa Sangre.
Haz que se preserven puros sus corazones
Marcados con el sello sublime del sacerdocio,
Y no permitas que el espíritu del mundo
Los contamine.
Aumenta el numero de tus apóstoles
Y que tu santo amor los proteja de todo peligro
Bendice sus trabajos y fatigas
Y como fruto de su apostolado
Obtengan la salvación de muchas almas
Que sean consuelo aquí en la tierra
Y su corona eterna en el cielo, amen
Oración
Señor, Dios nuestro, que
para regir a tu pueblo has querido servirte del ministerio de los
sacerdotes, concédeles aceptar constantemente tu santa voluntad para que
en su ministerio y en su vida busquen solamente tu gloria. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Oración Para Pedir La Virtud De La Castidad
Para Los Sacerdotes y
las Personas Consagradas
Dios
Padre Omnipotente, en nombre de Tu único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo en unión
con el Espíritu Santo y a través de la intercesión de la Santísima Virgen María
quiero pedirte por todas las personas que por amor a Ti han decidido vivir una
vida pura y casta y ofrecerte sus vidas y todo su ser como un regalo.
Ayúdales, Padre Nuestro, Tu nuestro Creador, sabes aún mejor que ellos
mismos lo que significa la sexualidad y la atracción sexual en la vida de cada
persona. Es un instinto del ser humano, un instinto que nos diste para la
conservación de la especie y que Tú tomas como regalo cuando alguien decide
vencer ese instinto y ofrecerte su vida, su cuerpo, su mente, su voluntad, en
una palabra todo su ser; para ponerlos a Tu servicio. Sabemos que los que lo
logran Tú los premiarás con la corona de la virginidad, que serán los primeros
en entrar al cielo y que los puros de corazón serán los que podrán verte y
adorarte durante toda la eternidad.
El precio que hay que pagar es muy alto y Tú lo sabes mejor que nosotros
mismos; por eso lo aprecias tanto. Tu has prometido que Tu gracia les basta,
pero hazlos sabios para saber como lograrlo y como protegerlo y sobre todo como
no dejarse engañar por el demonio, ya que el considera el lograr robarles esta
perla como uno de sus más grandes triunfos. Todo esto Te lo pido en nombre de
Nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo, la pureza y la castidad personificada. Amén.
EL CELIBATO DEL
SACERDOTE Y LA VIRIL CASTIDAD
Por Alfonso Junco
EXAMEN DE RAZONES
Muchas incomprensiones y
ligerezas suelen decirse acerca de la cuestión trascendental del Celibato de los
Sacerdotes. Vamos a examinarla concisamente, con objetividad de hombres laicos
que, exentos por ello de interés o compromiso personal, no tenemos otro
propósito que entender y justificar las cosas.
Por libre y voluntaria determinación, el Sacerdote católico renuncia a sus
derechos de paternidad humana, para entregarse íntegramente a su paternidad
espiritual; para engendrar y nutrir almas, con fervor absorbente y exclusivo,
sin las trabas de los cuidados domésticos; para ensanchar, exenta de fronteras,
su solicitud paternal, de suerte que todos puedan llamarle por antonomasia
Padre.
Sacrificio heroico. ¿Qué
es lo que lo inspira y lo sustenta?
En lugar primerísimo, el ejemplo sublime de Jesús, célibe perfecto. También su
palabra en loa de la virginidad. (S. Mateo, Cap. XIX, 11/12). Asimismo el
ejemplo y la declaración reiterada y categórica de San Pablo sobre la supremacía
espiritual del celibato
(Primera carta a los Corintios, Cap. VII). Y virgen es Juan, el discípulo
predilecto. Y la Madre de Dios condensa en sí todos los aromas de la pureza, y
hace propio el nombre genérico, y los siglos la conocen y aclaman por la Virgen.
Pero ¿cómo podremos estimar y sentir estas cosas si todo lo vemos con mirada
carnal y andamos sumergidos en el lodo? Muchos, asfixiados en sus mezquinos
horizontes, declaran que la castidad es absurda e imposible. Más fácil resulta
declararla así que intentarla virilmente. Y aquí cabría recordar una palabra del
propio Jesús: "NO arrojéis margaritas a los puercos".
Quienes no conocen ni tratan a los sacerdotes, quienes a todos los engloban,
desde lejos y a ciegas, bajo un nombre cargado para ellos de prestigios
tenebrosos y fantasmales: el clero, ésos son los que se alarman del peligro y
truenan contra las costumbres eclesiásticas, queriendo por remedio que se casen
los sacerdotes (como si el estado civil diera virtud y no estuviéramos hartos de
maridos adúlteros y licenciosos).
Quienes conocemos y tratamos a los sacerdotes, sabemos cómo son en su inmensa
mayoría abnegados y rectos, y cómo muchos tocan las cimas del heroísmo y la
santidad. Y podemos suscribir el testimonio insospechable de Renán, que
precisamente en el Seminario aprendió la castidad de que más tarde se gloriaba.
"Según mi propia experiencia, lo que se dice de las costumbres clericales carece
de todo fundamento, Yo he pasado trece años de mi vida en manos de sacerdotes y
no he visto ni la sombra de un escándalo; no he conocido más que buenos
sacerdotes".
(Souvenirs d'enfance et de Jeunesse. 111).
Bien podía clamar Lacordaire desde la cátedra de Nuestra Señora de
París. "Somos fuertes porque poseemos esta virtud, y bien saben lo que hacen
aquellos que atacan el celibato eclesiástico, aureola del sacerdocio cristiano.
Las sectas heréticas lo han abolido entro ellas; es el termómetro de la herejía:
a cada grado de error corresponde un grado, si no de desprecio, al menos de
disminución de esta virtud celeste".
No mutilación, sino
plenitud.
Descendamos a lo que todo hombre de razón puede entender.
¿Os figuráis nada más tristemente risible que un ministro buscando novia, o
embebido con ella en coloquios y arrumacos, escenitas de celos, pleitos y
reconciliaciones? ¿No quedarán así mermadísimos la seriedad, el vigor, la
fecundidad de su ministerio?
¿Y el ministro papá, pendiente de la señora y de los niños, con obligación de
proveer al sustento de todos? o habrá de trabajar en cosas profanas para
sostener a los suyos, y entonces el ministerio quedará postergado o anulado, o
bien se dedicará íntegramente al servicio religioso y entonces pesará sobra los
fieles la carga económica de toda la familia ministerial.
Y en cualquier caso, no podrá ser más de lo que son los ministros sinceros y
honrados: un hombre estimable y bueno, como puede serlo un buen católico laico,
que dedique parte de su tiempo a labores benéficas o apostólicas. Pero la pasión
por Dios, el ímpetu exclusivo por Dios, el glorioso desasimiento de todas las
criaturas, el heroico asistir a enfermos contagiosos o a soldados en batalla, el
lanzarse a misiones con abandono de todo y peligro de la vida ¿dónde estará?,
¿Se habrá casado el ministro para desamparar a su familia, o la cargará consigo
a los rincones del África salvaje?,
No: no puede sostenerse, ante un examen desinteresado e imparcial, que en el
sacerdote sea mejor el matrimonio que el celibato.
Ilustres escritores profanos lo han reconocido. Ya lo confesaba el francés
Michelet; ya entre nosotros López Velarde, en una página de "El minutero"; ya lo
proclamaba Víctor Hugo en Los trabajadores del mar: "Las religiones que
prescriben el celibato a sus sacerdotes saben bien lo que hacen. Nada destruye
tanto el sello sacerdotal como amar a una mujer". (3a. parte, libro III, Cap. II).
Y, si se me permite un toque humorístico en tema tan grave, recordaré que en el
Evangelio se afirma que "no se puede servir a dos señores". Pues si no se puede
servir a dos señores, ¿qué será el querer servir al mismo tiempo al Señor... y a
la señora?
Cristo expresamente pide, a los escogidos que quieren seguirle más de cerca, que
dejen sus bienes, que lo abandonen todo, que tomen su cruz y que lo sigan. Pide
un amor exclusivo y total, un "corazón indiviso", como escribe San Pablo. Y
¿cómo no ha de ser así para el amor divino, si para el amor humano lo exigimos,
según canta la copla?
Corazones partidos yo no los quiero; cuando yo doy el mío "lo doy entero".
En suma. La Iglesia Católica, al implantar el celibato para los que libremente
lo eligen al elegir el sacerdocio, no es sólo santa, a imitación de Jesús: es
también sabia.
Y si espiritualmente se mira la excelsitud y grandeza del ministerio, el
celibato sacerdotal no es mutilación, sino plenitud.
Lo que dice el Concilio.
El cristianismo es siempre nuevo, pero nunca novelero.
Y se ha desatado ahora una racha de novelerías, que con grave ignorancia o
ligereza se achacan al Concilio Vaticano II. Pero si va uno a la fuente, como se
debe ir, encuentra que el Concilio nada dispone sobre aquello, o expresamente
dispone lo contrario de lo que se le atribuye
Hay que ir a la fuente del Concilio. Sus Constituciones, Decretos y
Declaraciones están todos publicados en español, en un solo volumen, que
fácilmente puede adquiriese y debe conocer todo hombre culto.
¿Qué dice sobre el celibato sacerdotal?, ¿Es cierto, como se propaló terca y
ruidosamente por los periódicos, que el Concilio deja esto en suspenso o lo pone
en términos borrosos? Nada de eso. He aquí su dictamen categórico:
"El celibato, que primero sólo se recomendaba a los sacerdotes, fue luego
impuesto por ley en la Iglesia Latina... Esta legislación, por lo que atañe a
quienes se destinan al presbiterado, LA APRUEBA Y CONFIRMA DE NUEVO ESTE
SACROSANTO CONCILIO".
Así textualmente consta en el Decreto sobre el ministerio de los presbíteros,
número 16, donde se dice, con belleza profunda, que "el celibato está en
múltiple armonía con el sacerdocio", y se exponen conceptos como los que siguen:
"La perfecta y perpetua continencia por amor del reino de los cielos,
recomendada por Cristo Señor, aceptada de buen grado y laudablemente guardada en
el decurso del tiempo y aun en nuestros días por no pocos fieles, ha sido
siempre altamente estimada por la Iglesia, de manera especial para la vida
sacerdotal. Ella es, en efecto, signo y estímulo al propio tiempo, de la caridad
pastoral, y fuente particular de fecundidad espiritual en el mundo"...
En consecuencia:
"Exhorta este sagrado Concilio a todos los presbíteros que, confiados en la
gracia de Dios, aceptaron el sagrado celibato por libre voluntad a ejemplo de
Cristo, a que, abrazándolo magnánimamente y de todo corazón y perseverando
fielmente en este estado, reconozcan ese preclaro den que les ha sido hecho por
el Padre y tan claramente es exaltado por el Señor".
Nada de actitudes negativas o ambiguas; afirmación resuelta y luminosa. Pero se
aluda a las mundanas objeciones:
"Y cuanto más imposible se reputa por no pocos hombres la perfecta continencia
en el mundo del tiempo actual, tanto más humilde y perseverantemente pedirán los
presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca se niega
a los que la piden, empleando, a par, todos los subsidios sobrenaturales y
naturales, que están al alcance de todos. No dejen de seguir, señaladamente, las
normas ascéticas que están probadas por la experiencia de la Iglesia..."
Finalmente, no ya a los sacerdotes sino a todos los cristianos nos pide el
Concilio la sobrenatural estimación y el invencible afecto a esta virtud
celeste.
"Ruega, por ende, este sacrosanto Concilio no sólo a los sacerdotes, sino
también a todos los fieles, que amen de corazón este precioso don del celibato
sacerdotal..."
LA VIRIL CASTIDAD.
Y aquí es donde parece oportuno que enfoquemos, ya en su aspecto más amplío y
general, este problema palpitante: la castidad varonil.
Demasiado sé que en la hora de hoy, mientras nos zambullimos en el fango como en
una piscina, puede sonar a estrafalario hablar de castidad varonil; mas
precisamente por eso hay que hablar, franca, directa, masculinamente.
¡La viril castidad! Virtud de hombres. No de cobardes, no de apocados, no de
enfermizos, no de rutinarios, virtud de hombres, que comprenden cuán cargada de
experimentadísimo saber está aquella ecuación del victorioso mariscal Foch:
"Victoria: igual a: Voluntad".
Mas para poner el peso todo de la voluntad en esta batalla y traducir la guerra
en victoria, es forzoso ganar primero el entendimiento. Deshacer prejuicios
lanzados por la pereza, la concupiscencia, el interés vergonzante: "La castidad
se dice en triple objeciones antinatural; la castidad es nociva a la salud; la
castidad es imposible".
Hay que barrer, con chorros de luz, toda esta sombra de conspiración, y, seguros
de que la pureza es un ideal no sólo hermoso, sino natural, salutífero,
vigorizante, trocado en práctica por muchas almas limpias, entrar de lleno en la
pelea, y aplicar a la salvaguarda y conquista de la pureza, todo el brío, toda
la sagacidad, todo el tesón y toda la alegría
Siempre he creído que la fe es una castidad. Y creo también que la castidad es
una fe. Sin fe en ella, sin la certidumbre y el ímpetu propios de la fe, la
castidad será ilusoria o precaria. Hay que enraizar esta certeza, y luego,
echarla a florecer en actos.
Nosotros, los varones, exigimos pureza en la mujer. No estamos todavía tan
prostituidos como para aceptar en la hermana, en la novia, en la esposa, en la
hija, el deshonor. Y si somos, con plena justicia, exigentes, y no pensamos que
en la mujer sea antinatural, ni nociva, ni imposible la pureza ¿por qué ha de
serlo en el hombre? Del mismo barro estamos hechos y nuestros organismos son
recíprocos.
Cierto es que ruge más bronco el huracán en el hombre y exige mucho más brava
resistencia. Cierto que la caída de la mujer tiene repercusiones infinitamente
más subversivas y dramáticas en el hogar y en la sociedad. Pero la moral es una
para todos; el decálogo rige para mujeres y varones por igual.
Y, para el cristiano, esa norma igual es firme y diáfana. Continencia absoluta
en el célibe; fidelidad perfecta en el casado. Y, dentro del matrimonio, nada
que artificialmente frustre el designio de la naturaleza: la vida que puede
venir.
Norma austera y sagrada. Norma de salud y pujanza en lo personal y en lo social.
Norma que defiende precisamente los fueros y propósitos de la naturaleza,
vivificándolos y enriqueciéndolos de savia sobrenatural.
Ni antinatural, ni nociva, ni imposible...
Fisiológicamente, la dualidad de sexos se encamina a la perpetuación de la
especie. Esta es su razón directa, patente, indubitable. Los animales, que no
pueden alcanzar las cumbres humanas, pero tampoco sus abyectas de generaciones,
aquí nos dan lección, obedeciendo la ley natural. Toda acción que burle el
fecundo propósito de la naturaleza, va contra la naturaleza. Y, para el hombre,
la perpetuación de la especie sólo es digna, legítima, cumplidora de su sentido
no únicamente animal sino moral, en la santidad del matrimonio. ¿Por qué?
Porque el vástago humano necesita, aparte el cuidado físico - mayor y más
prolongado que en las especies inferiores -, el desarrollo intelectual, la
formación del carácter, el apercibimiento del espíritu, la educación en suma,
que de manera natural también, pide y requiere la acción conjunta del padre y de
la madre: fuerza y dulzura, sostén exterior y delicadeza íntima , abrazados por
firme vínculo en la unidad del hogar. Por eso es la orfandad una de las
desgracias más hondas, y contra ella hay que elevar asilos o instituciones que
remeden y traten de suplir el hogar insustituible. Pero ¿hay cosa más
antinatural, más viciosa, más enemiga de lo que exigen la razón y el bien, que
dejar al hijo huérfano en vida de los padres, o porque ellos se aparten para
nuevas uniones, o porque los lleve la concupiscencia a regar vástagos al azar,
con descuido de sus primarias obligaciones paternas?
Quiere, pues, la pureza, que se respeten las normas de nuestra naturaleza
fisiológica y de nuestra naturaleza racional.
¿Lo que acata esas leyes
naturales, será nocivo a la salud?
La razón, la experiencia, la ciencia, claman que no.
Es, en cambio, patente el estrago que en la salud consuman los descarríos
sexuales. Agotamientos prematuros, desajustes nerviosos, enfermedades inmundas,
lacras hereditarias. ¿Y no sabe a estólido sarcasmo, que se invoque la salud
para defender tal catástrofe de la salud?
Pero, sin llegar al extremo, ¿no nos consta, por experiencias cotidianas, que la
continencia es parte esencial en el buen entrenamiento del pugilista, del
torero, del atleta, del, deportista?, ¿Qué quiere esto decir sino que la
incontinencia es enemigo del vigor, y la continencia su aliada?
¿No sabemos, otro dato a la vista cómo el hombre suele imponer forzada
abstención a animales que intenta precisamente llevar y lleva así a un máximo
desarrollo y crecimientos?
Es que el licor de la vida no tiene por único objeto comunicarla, sino también
fortalecería y aumentarla en el organismo propio. Si la actividad exterior se
limita por la sobriedad o se suprime por la abstención, aquella vital substancia
se aprovecha en lo personal, e "intensifica nuestras actividades fisiológicas,
mentales y espirituales". Estas últimas son palabras de un sabio de hoy, el
insigne doctor Alexis Carrel, en su libro "L'homme, cet inconnu". Y ésta y otras
verdades convergentes, son conocidas y proclamadas por todos los positivamente
serios hombres de ciencia, cuyos testimonios sería fácil tarea entretejer.
¿A qué se debe el hecho, notorio hoy día como a lo largo de muchos siglos, del
nervio físico y mental, de la longevidad fecunda tan frecuente en monjas y
religiosos, sino a una vida sobria y ordenada que tiene por primordial cimiento
la castidad?
Y luego decir que lo que va de acuerdo con las leyes de la naturaleza, que lo
que favorece y vigoriza la salud, no es ni podría ser imposible.
Difícil, sí, difícil como todo lo excelso. Como todo lo que en el hombre intenta
domeñar (dominar o someter) el apetito e imponer el señorío de la razón.
Difícil aquí, singularmente, por lo universal e imperativo de la propensión que
tiende al desbocamiento; difícil, por la errónea mentalidad que en esto
prevalece y actúa con fuerza de atmósfera social; difícil, finalmente, porque en
torno nuestro todo conspira hipócrita o descaradamente contra la pureza, en vez
de tender a preservarla, fortalecería y educarla.
Nos incumbe, por tanto, enderezar nuestro juicio, robustecer nuestro propósito,
y trabajar después, en lo personal y en lo social, en el orden de las ideas y en
el orden de las costumbres, por todo lo que respete, salvaguarde, corrobore,
estimule la pureza.
Atletismo espiritual.
Claro que si el pensamiento se ensucia a la continua, si los ojos van tras la
imagen provocadora y el espectáculo lascivo, si conversaciones y lecturas mueven
la imaginación y familiarizan en la torpeza, si los bailes suscitan y exacerban
inclinaciones inconfesables, si en todo y por todo la sensualidad reina y se
cultiva y desboca, nadie podrá súbitamente pararse a la mitad del resbaladero.
El que no quiere caer, no se entrega a la pendiente. Quien se arroja a la
catarata que se despeña, no podrá remontarla.
Pero quien pone los medios, logra el fin. Quien vigila sus sentidos, quien
aparta lo que mancha o perturba, quien selecciona y orienta sus pláticas,
lecturas, amistades y actividades hacia la generosidad y la limpieza; quien
llena su vida de ocupaciones y aspiraciones superiores, letras, arte, ciencia,
apostolado; quien emprende, en suma, la educación de la castidad, vence en su
empeño.
La pureza es perfectamente posible. La pureza es un hecho, pero un hecho
glorioso que requiere hombría. No en balde nuestro egregio castellano la llama,
en su plenitud, "entereza".
Decretar imposible lo que no se tiene la virilidad de acometer, es subterfugio
de cobardes. Imposibles parecen las proezas de fuerza y agilidad en los atletas.
Pero el triunfo que presenciamos es la coronación de un esforzado, tesonero,
severísimo entrenamiento. Sin éste, el atletismo es imposible. Y la castidad es
atletismo espiritual.
En conclusión: virtud perfectamente natural, perfectamente salutífero,
perfectamente posible, es la pureza.
Fuente de bienestar y poderío en el organismo personal y en el organismo social,
hay que buscarla y defenderla con ímpetu viril, con ágil talento, con jubilosa
fe.
El derrotismo es aquí, como en todo, causa de abajamiento y postración. Quien ha
luchado bravamente, sabe que el triunfo es tan alcanzable como hermoso. Sabe que
la victoria de hoy prepara y facilita la victoria de mañana. Y que esa sucesión
de victorias, vuelta costumbre y ley, tonifica el espíritu y el cuerpo, y da a
la totalidad del hombre como a la totalidad colectiva, pujanza, elevación y
plenitud.
La aventura cristiana.
Esforcémonos en nuestra propia purificación y en la purificación de la atmósfera
social. No es alarma de espantadizos mojigatos: la ola de fango crece de tal
modo y anega tales praderas, que aun los más despreocupados despiertan ya y
recapacitan. Todos tenemos sitio que nos reclama con apremio en esta campaña.
Nos toca defender el sonriente decoro de nuestros mujeres y la santidad de
nuestros hogares, que han sido gloria y dulzura de México aun en medio de sus
ásperos cataclismos. Nos toca, singularmente a nosotros, varones católicos,
hablar con el ejemplo.
No hay, sin ejemplo, salvadora eficacia. No hay apostolado fecundo sin pureza.
Mirad: Sólo de la pureza de María pudo Cristo nacer; sólo la pureza es
divinamente fecunda.
Nuestra moral es austera, varonil, exigente. Pero somos y debemos ser ,
sarmientos pegados a la Vid. Y de ella brota el Vino que da, a raudales, la
fortaleza que exige.
Repudiar lo mediocre, amar lo heroico, pedir sublimidades: propia definición de
juventud; propia definición de cristianismo.
Por eso el cristianismo es joven siempre. Y hoy, que fango pagano hierve y crece
con nueva furia en torno nuestro, tócanos redoblar el ímpetu y vivir esa
juventud plenariamente. Saber, y sentir, y proclamar con obras, que no somos
cristianos para llevar vida fácil, sino vida egregia. Y que el cristianismo es
hoy, como en su primera aparición, acometimiento y aventura; no asunto de
rutina, sino de hazaña; no empresa de burgueses, sino de apóstoles.
CORONILLA POR LAS ALMAS DE LOS
SACERDOTES Y RELIGIOSAS
MARIA NOS DICE: ADOPTAD UN SACERDOTE, LEER
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