LETANÍAS A LA VIRGEN MARÍA
EN SU ADVOCACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO
HISTORIA DE LA DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO DE
GENAZZANO
A poca distancia de Roma se encuentra la Basílica de Nuestra Señora del Buen
Consejo, imagen que en el siglo XV se trasladó allí milagrosamente desde Scútari,
Albania, huyendo de la invasión turca y en respuesta a una fervorosa oración de
dos piadosos albaneses
La ciudad de Genazzano (60 km al sur de Roma), remonta al tiempo del Imperio
romano. En ella los patricios y la corte imperial establecieron sus mansiones o
“villas” junto a templos, anfiteatros, circos y termas, cuyas ruinas atestiguan
hasta hoy su antiguo fausto. Este lugar era escenario de fiestas en honra de los
dioses, algunas de las cuales eran mero pretexto para orgías paganas. Una de
esas celebraciones se realizaba el día 25 de abril, en honor de la diosa Flora.
Después que Constantino el Grande diera libertad a la Iglesia, bajo el
pontificado del Papa San Marcos (336) desaparecieron en Genazzano todos los
trazos de paganismo en las costumbres, y se edificó allí una primera iglesia
dedicada a María Santísima, bajo la tierna invocación de Madre del Buen Consejo.
Posteriormente los Agustinos levantaron en un extremo de la ciudad un modesto
convento.
Con el paso de los siglos la importancia de ese primitivo templo fue decayendo,
hasta que, ya bastante deteriorado, de su antigua preeminencia sólo le restaban
el nombre, un bonito bajorrelieve en mármol representando a la Virgen Madre del
Buen Consejo, y el privilegio de ser punto de afluencia de peregrinos que venían
a pedir gracias, que María Santísima continuaba prodigándoles maternalmente.
A mediados del siglo XIV, se confió el cuidado del antiguo templo a la Orden de
los Eremitas de San Agustín, a fin de asegurar la asistencia pastoral a los
fieles y la conservación del venerable edificio. El trabajo de los frailes
produjo una notable elevación moral y religiosa de toda la ciudad, y muchos
fieles de ambos sexos ingresaron en la Orden Tercera de San Agustín.
No obstante, las dificultades financieras seguían impidiendo la tan urgente y
ansiada reforma del templo de la Madre del Buen Consejo.
Un alma piadosa prepara el camino a esta nueva devoción.
Pero esta gran Señora tenía prevista para esa dificultad extrema una solución
providencial y maravillosa, que los hombres eran incapaces de imaginar. Ella
quiso valerse de una simple terciaria agustina para realizar un prodigio único
en la Historia de la Iglesia, que traería como consecuencia no sólo la
restauración del templo, sino un nuevo e incomparable esplendor de aquel recinto
sagrado.
Petruccia de Nocera, viuda desde 1436 y sin hijos, dedicaba la mayor parte de su
tiempo a la oración y a ejecutar pequeños servicios en la iglesia de la Madonna
del Buen Consejo. Le dolía ver el estado del templo, y rezaba con fervor para
que pudiese ser restaurado. Por fin, decidió asumir ella misma la iniciativa.
Con licencia de los frailes, entregó todo su patrimonio para el costeo de las
obras de restauración y ordenó iniciarlas, contando con la ulterior ayuda de los
fieles para llevarlas a buen término.
El plan había sido bien estudiado, se ampliarían todas las dimensiones de la
vieja iglesia, reedificando su estructura. Pero a la mitad de las obras,
Petruccia, que ya contaba 80 años de edad, constató que el monto que había
ofrecido no alcanzaba para continuar los trabajos, y que nadie se había
presentado para auxiliarla. Así, al momento de agotarse sus recursos las nuevas
paredes se elevaban irónicamente a poco más de un metro del suelo... Entonces,
algunos conocidos de la pobre terciaria comenzaron a enrostrarle la imprudencia
que había cometido; otros se burlaban de ella, y hasta hubo quienes la
reprendiesen severamente en público. A todos ella se contentaba en decirles: “No
deis, hijos míos, tanta importancia a esta infelicidad aparente, pues os aseguro
que antes de mi muerte la Santísima Virgen y nuestro Santo Padre Agustín
terminarán la iglesia comenzada por mí”.
Nadie podía imaginar entonces hasta qué punto ese anuncio de Petruccia era
profético.
La Santísima Virgen tomó posesión de la iglesia.
La Santa Iglesia había cambiado el contenido del festejo realizado en Genazzano
el 25 de abril. El pueblo que en tiempos de paganismo se reunía para entregarse
al desenfreno, ya convertido pasó a festejar en la misma fecha al patrono de la
ciudad, San Marcos. En la mañana de ese día, en la Iglesia de la Madre del Buen
Consejo comenzaban las celebraciones con una Misa solemne, en presencia de las
autoridades eclesiásticas y civiles e incontables fieles venidos de toda la
región del Lacio. Había después una gran feria montada en la Plaza frente al
templo, llena de pintorescas barracas de toda clase de productos, y se armaban
estrados de diversiones para entretener sanamente al gentío durante el resto del
día.
El 25 de abril del año 1467 era sábado. La fiesta en honor de la Madre del Buen
Consejo transcurría normalmente, con gran concurso de pueblo. La incansable
Petruccia iba de aquí para allá, siempre muy servicial en los oficios que le
cabían, y respondiendo con paciencia a los que la interpelaban acerca de su
“pretencioso” proyecto. Cuando de repente, a eso de las 4 de la tarde, se
dejaron oír los acordes de una melodía agradabilísima, que parecía venir del
Cielo. Todos se pusieron a escudriñar de dónde podían venir esos sones
maravillosos. Entonces, por encima de los tejados y de las torres de las
iglesias, en el cielo primaveral y poético del Lacio, se dejó ver una pequeña
nube blanca que desprendía rayos luminosos y venía bajando al son de una melodía
excepcionalmente bella. Poco a poco la nube de luz bajó hasta la misma iglesia
de la Madre del Buen Consejo, donde quedó suspendida junto a la pared del fondo
de la capilla inconclusa. Al mismo tiempo las campanas de la vieja torre se
pusieron a repicar por sí mismas, seguidas de inmediato, en un unísono
milagroso, por todos los campanarios de Genazzano. En pocos segundos la capilla
quedó repleta de gente que, asombrada, acudía a admirar aquel fenómeno
celestial. La nubecita se fue disipando y dejó ver un objeto bellísimo, una
pintura que representa a Nuestra Señora trayendo tiernamente a su Divino Hijo en
los brazos.
En el local de la aparición ya se oían vivas desbordantes de alegría a la madre
de Dios, al lado de gritos: “¡Milagro! ¡Milagro!” Los que ya habían partido
hacia sus ciudades volvían atrás rápidamente, pues el repique inesperado de
campanas les había llamado la atención y de lejos habían podido ver la
misteriosa nube luminosa que bajaba sobre Genazzano.
Muchas personas enfermas o probadas se sintieron inspiradas a pedir cura y
consuelo a la imagen llegada milagrosamente, y de inmediato comenzaron a ser
atendidas, como consta en documentos emitidos por las autoridades eclesiásticas
locales.
Dios premió el acto de confianza.
La noticia se esparció por el Lacio y después a toda Italia. Multitudes
fervorosas comenzaron a acudir para venerar aquella imagen, milagrosamente
suspendida en el aire. Comenzaron a llover las limosnas, como una respuesta
providencial a la confianza inquebrantable de la buena Petruccia. Sus esperanzas
se veían ahora realizadas. La Madonna del Paradiso, como fue llamada la imagen
en el primer momento, logró así que las obras de la iglesia fuesen retomadas y
en poco tiempo ésta adquiriera un aspecto majestuoso. Artistas y artesanos
unieron sus talentos para construir un rico y solemne altar en la pared junto a
la cual se mantenía suspenso el fresco maravilloso. Se fundieron veinte lámparas
de plata que ardían en honor de la Virgen Santísima.
Para Petruccia, su misión estaba cumplida: ya podía decir, como el anciano
Simeón, “Ahora puedes llevar a tu siervo”. Colmadas sus esperanzas por María,
sólo le quedaba cerrar los ojos a esta vida para contemplar los de su dulcísima
Abogada y Madre. Cuando falleció, los Agustinos depositaron sus restos en la
iglesia, bien próximos de la sagrada imagen. Junto al altar fijaron una lápida
recordando algunos trazos de su santa vida. Y desde entonces el pueblo la llamó
“Beata”.
De Scutari a Genazzano
Pasado algún tiempo de la aparición, la Madonna del Paradiso quiso dar a conocer
el origen del maravilloso fresco, relacionado con la penosa situación que vivía
la Iglesia al otro lado del mar Adriático.
Entre los peregrinos llegados a Genazzano había dos personajes que provocaban
extrañeza por sus ropas y por los trazos fisonómicos que los identificaban como
extranjeros. Uno de ellos era aún joven, y el otro ya adulto. Venidos a Roma
desde Albania a comienzos del año, contaron una singular historia a la cual
inicialmente nadie quería dar crédito.
En enero de ese año de 1467 había muerto el último y gran monarca de los
albaneses Jorge Castriota, más conocido como Scanderbeg. Él había dado altas
pruebas de fidelidad heroica a la Iglesia en la lucha contra los turcos que
amenazaban aplastar la pequeña nación cristiana. Desde su juventud había tomado
parte en combates contra los musulmanes; en uno de ellos, en Croja, entonces
capital de Albania, derrotó fragorosamente al propio sultán Amurat II. A lo
largo de una serie de campañas victoriosas, en las cuales había derrotado
numerosas hordas turcas que durante años hostilizaban a sus compatriotas,
Scanderbeg ocupó varias fortalezas en toda Albania. Después, con su pequeño
ejército de soldados montañeses bien adiestrados, quedó a la espera de nuevas
embestidas turcas. Éstas no se hicieron esperar y un número incontable de
infieles asoló nuevamente el territorio cristiano.
Lamentablemente el pueblo albanés sufría desde hacía tiempo la influencia del
cisma bizantino, y oscilaba entre la adhesión y el rechazo a la Santa Sede. Así,
a la muerte del fiel Scanderbeg Albania pagó las consecuencias de su prolongada
inconstancia y tibieza. Los ejércitos turcos, viéndose libres del que llamaban
“fulminante león de la guerra”, embistieron contra Albania y la ocuparon casi
totalmente.
Solamente Scútari, una pequeña plaza al norte del país, aún no había sido
conquistada, porque contaba con una guarnición veneciana que el mismo Scanderbeg
había llamado poco antes de su muerte. Pero su caída era sólo cuestión de
tiempo. Comenzó entonces el éxodo de los que no querían poner en riesgo su fe y
tradiciones hacia países vecinos donde pudiesen mantener la fidelidad a la Santa
Sede. Entre ellos estaban Giorgio y De Sclavis, los dos protagonistas de esta
historia. Ellos también pensaban emigrar, pero algo los retenía todavía en
Scútari.
Se trataba de una pequeña iglesia donde se veneraba una imagen de Nuestra
Señora, misteriosamente descendida del cielo hacía doscientos años. Se decía que
había venido del Oriente, y por las gracias que concedía, su santuario se había
hecho el principal centro de peregrinación de Albania. El propio príncipe
Scanderbeg lo había visitado varias veces con sus soldados victoriosos.
Jorge Castriota, Scanderbeg
Pero la devoción a la imagen venía menguando junto con la adhesión a Roma. Sin
esto no se comprende la catástrofe albanesa. Según la expresiva lamentación de
un cronista de la época, “los jóvenes y las muchachas ya no tomaban gusto en
florecer el altar de María en Scútari”, y el santuario parecía ahora destinado a
una inevitable destrucción.
Ésta era la gran aflicción de Giorgio y De Sclavis: dejar la patria en el
infortunio, abandonando con ella aquel don celestial, el gran tesoro de Albania.
Con lágrimas fueron un día al viejo templo para rogar a aquella santa Madre, en
su dolorosa perplejidad, que Ella les diese el buen consejo que necesitaban.
Pues les parecía que debían preservarla de la furia mahometana, pero al mismo
tiempo buscar en el exilio la seguridad para sus propias almas.
Esa misma noche la Santísima Virgen les hizo saber, en sueños, lo que esperaba
de ellos. Les mandó que preparasen todo lo necesario para dejar aquel país
ingrato, al que nunca más verían. Agregó que el milagroso fresco iba a retirarse
de Scútari para escapar a la profanación, y que iría a otro país para continuar
allí derramando sus gracias. Por fin, les ordenó que siguiesen a la imagen
adonde ésta fuese.
Caminaban sobre las olas como lo hiciera el Divino Maestro.
A la mañana siguiente los dos amigos ya estaban listos y fueron al santuario.
Aún sin saber el rumbo que los hechos tomarían, se arrodillaron ante la
bienamada pintura. De repente vieron, con indescriptible emoción, que ésta
comenzaba a desprenderse de la pared donde se había apoyado desde su misteriosa
venida de Oriente, y habiendo dejado su nicho, quedó un momento suspendida en el
aire, hasta ser envuelta por una nube blanca. Sin embargo continuaba visible
para ellos a través de esta nube. Después, saliendo del templo la imagen comenzó
a apartarse de Scútari, desplazándose por los aires a buena altura del suelo.
Fue avanzando hacia el Mar Adriático, a una velocidad que permitía a los dos
amigos seguirla. Así anduvieron cerca de 40 km. hasta llegar a la costa. Sin
detener su curso, la imagen abandonó la tierra y avanzó sobre el mar, llevando
detrás suyo a los fieles Giorgio y De Sclavis, que ahora caminaban sobre las
olas como lo hiciera su Divino Maestro en el lago de Genezaret.
A la noche, la nube misteriosa que de día los preservaba de los ardores del sol
con su sombra benéfica, los guiaba con su luz. Así llegaron a las costas de
Italia, y continuaron siguiendo la nube atravesando montañas, ríos y valles,
hasta que días después avistaron las torres y las cúpulas de Roma. Pero,
llegados a las puertas de la ciudad, de repente la nube desapareció...
Entonces Giorgio y De Sclavis comenzaron a deambular por la ciudad, afligidos,
preguntando de iglesia en iglesia y en las calles, si allí había posado una
imagen venida del Cielo. Pero no obtenían ninguna información que los pudiese
reconfortar.
Éste es el extraño relato que aquellos singulares personajes insistían en hacer,
despertando desconfianza y la sospecha de que estuviesen delirando...
Nunca más los dos albaneses perdieron de vista la Imagen.
Fue entonces que corrió por toda Roma la asombrosa noticia de que una imagen de
Nuestra Señora había aparecido en los cielos de Genazzano, en las circunstancias
ya descritas. Para Giorgio y De Sclavis se encendió una luz de esperanza, y
hacia allí fueron, ansiosos por saber si sería la misma Santa Madre de Scútari.
¡Cuál no fue su alegría cuando, llegados al local donde reposaba ahora la
pintura milagrosa, constataron que era exactamente la misma imagen! Postrados en
señal de profunda veneración e intenso afecto, alabaron y agradecieron a la
Virgen el inmenso favor que les había concedido.
En poco tiempo se comprobó que la extraordinaria historia de los dos albaneses
era absolutamente cierta. Los dos peregrinos fijaron su residencia definitiva en
la ciudad y nunca más se apartaron de su Señora. Allí se casaron, colocando sus
vidas y su descendencia bajo la protección de la Madre del Buen Consejo.
Fue así que María Santísima, con la humilde participación de una piadosa
terciaria agustina y dos fieles albaneses, trasladó su maravillosa efigie de la
infeliz Albania a una pequeña ciudad próxima al centro de la Cristiandad. Y
desde su nuevo santuario derrama sobre el mundo un nuevo caudal de gracias, bajo
la invocación de Madre del Buen Consejo.
LETANÍAS DE NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO Nº 1
Señor, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial Ten piedad de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo Ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo Ten piedad de nosotros.
Trinidad Santa, Un solo Dios Ten piedad de nosotros.
Amada Hija del Padre Eterno Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Augusta Madre de Dios Hijo Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Templo Vivo de la Santísima Trinidad Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Reina del Cielo y de la Tierra Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Trono de la Sabiduría Divina Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Depositaria de los Secretos del Altísimo Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Virgen prudentísima Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas nuestras dudas e incertidumbres Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas nuestras dificultades Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas nuestras tribulaciones y angustias Aconséjanos Madre y ruega por
nosotros.
En toda nuestra desesperanza Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todos los peligros y tentaciones Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas nuestras empresas y negocios Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas nuestras necesidades Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas las persecuciones y calumnias Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todo agravio recibido Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todas las cruces y sufrimientos Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
En todos los acontecimientos de nuestra vida Aconséjanos Madre y ruega por
nosotros.
En la hora de nuestra muerte Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Inmaculada Concepción Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Dichosa Natividad Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Admirable Presentación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Gloriosa Anunciación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Caritativa Visitación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Divina Maternidad Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Santa Purificación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por las Angustias de tu Maternal Corazón Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por los sufrimientos de tu Doloroso Corazón Aconséjanos Madre y ruega por
nosotros.
Por tu Preciosa Muerte Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Triunfante Asunción Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Santa María, Madre del Buen Consejo Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo Ten misericordia de nosotros,
Señor.
Jaculatoria
V. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, Nuestra Señora del Buen Consejo
R. Y alcánzanos el don del Buen Consejo. Amén
Oraciones a la Santísima Virgen María en su advocación de Nuestra Señora del
Buen Consejo
Señor Jesús, Autor y Dispensador de todo bien, que a través de tu Encarnación en
el seno de la bienaventurada Virgen María, le has comunicado a ella tus luces
sobre todo lo referido a la inteligencia celestial.
Concédeme que al honrarle bajo el título de Nuestra Señora del Buen Consejo,
pueda merecer, siempre, el recibir sus bondadosos consejos de sabiduría y
salvación, que me conducirán al puerto de la feliz eternidad. Amén.
Gloriosísima Virgen María, escogida por el Consejo Eterno para ser Madre del
Verbo Encarnado, tesorera de las divinas gracias y abogada de los pecadores.
Yo, el (la) más indigno (a) de tus siervos (as), recurro a ti a fin de que te
dignes ser mi guía y consejo en este valle de lágrimas.
Alcánzame, por la Preciosísima Sangre de tu Divino Hijo el perdón de mis
pecados, la salvación de mi alma y los medios necesarios para conseguirla.
Alcanza para la Santa Iglesia el triunfo sobre sus enemigos y la propagación del
Reino de Jesucristo por toda la tierra. Amén.
¡Oh Dios!, dispensador de todos los dones buenos y perfectos, has que poniendo
mi refugio en María, obtenga de su mano maternal el consejo, ayuda y asistencia
que necesito en todos los acontecimientos, incertidumbres y tribulaciones de mi
vida terrenal.
Por tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo. Amén.
Madre del Buen Consejo dirige tu maternal mirada sobre mí.
Deseo imitarte y seguirte para aprender a tratar y amar a Jesús, Señor de mi
existencia. El será mi tesoro, que mostraré con gozo a la humanidad.
Por eso te necesito: “Ven conmigo”, guíame, tú, Madre del Buen Consejo y
acompáñame en la búsqueda de aquello que tu Hijo ha pensado hoy para mí y para
cada uno de nosotros.
Preséntanos a Jesús, enséñanos a escucharle y a servirle donde Él nos necesite.
Recuérdanos el consejo que diste en las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les
diga”.
Por eso Madre, te pido que seas tú: La inspiración de mis pensamientos, la guía
de mis pasos, la maestra de mi disponibilidad, la Madre y consejera de mi
perseverancia. Amén.
Jaculatoria
V. Nuestra Señora del Buen Consejo
R. Aconséjanos Madre y ruega por nosotros
LETANÍAS DE NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO Nº 2
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial Ten piedad de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo Ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo Ten piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios Ten piedad de nosotros.
Santa María Ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios Ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes Ruega por nosotros.
Madre del Buen Consejo Ruega por nosotros.
Amada Hija del Eterno Padre Celestial Ruega por nosotros.
Augusta Madre del Divino Dios Hijo Ruega por nosotros.
Esposa del Espíritu Santo Ruega por nosotros.
Templo Vivo de la Santísima Trinidad Ruega por nosotros.
Puerta del Cielo Ruega por nosotros.
Trono de la Sabiduría Divina Ruega por nosotros.
Depositaria de los Secretos del Altísimo Ruega por nosotros.
Virgen Prudentísima Ruega por nosotros.
Reina de los Ángeles Ruega por nosotros.
Reina del Cielo y de la Tierra Ruega por nosotros.
Decoro de los Profetas Ruega por nosotros.
Consejera de los Apóstoles Ruega por nosotros.
Consejera de los Mártires Ruega por nosotros.
Consejera de los Confesores Ruega por nosotros.
Consejera de las Vírgenes Ruega por nosotros.
Consejera de todos los Santos Ruega por nosotros.
Consejera de los Atribulados Ruega por nosotros.
Consejera de las viudas y de los huérfanos Ruega por nosotros.
Consejera de los enfermos Ruega por nosotros.
Consejera de los afligidos y de los prisioneros Ruega por nosotros.
Consejera de los pobres Ruega por nosotros.
Consejera de todos los necesitados Ruega por nosotros.
Consejera en todos los peligros Ruega por nosotros.
Consejera en todas las tentaciones Ruega por nosotros.
Consejera de los pecadores que se convierten Ruega por nosotros.
Consejera de los moribundos Ruega por nosotros.
En todas nuestras dudas e incertidumbres Aconséjanos Madre.
En todas nuestras dificultades Aconséjanos Madre.
En todas nuestras tribulaciones y angustias Aconséjanos Madre.
En todas nuestras tristezas y contrariedades Aconséjanos Madre.
En todos los peligros y desgracias Aconséjanos Madre.
En toda nuestra desesperanza Aconséjanos Madre.
En todas nuestras empresas y negocios Aconséjanos Madre.
En todas nuestras necesidades Aconséjanos Madre.
En todas las cruces y sufrimientos Aconséjanos Madre.
En todas nuestras tentaciones Aconséjanos Madre.
En todas las persecuciones y calumnias Aconséjanos Madre.
En todo agravio recibido Aconséjanos Madre.
En todos los peligros de alma y de cuerpo Aconséjanos Madre.
En todos los acontecimientos de nuestra vida Aconséjanos Madre.
En la hora de nuestra muerte Aconséjanos Madre.
Por tu Inmaculada Concepción Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Dichosa Natividad Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Admirable Presentación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Gloriosa Anunciación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Caritativa Visitación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Divina Maternidad Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Santa Purificación Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por las Angustias de tu Maternal Corazón Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por los sufrimientos de tu Doloroso Corazón Aconséjanos Madre y ruega por
nosotros.
Por tu Preciosa Muerte Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Por tu Triunfante Asunción Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Santa María, Madre del Buen Consejo Aconséjanos Madre y ruega por nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo Perdónanos, Señor
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo Escúchanos, Señor
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo Ten piedad de nosotros, Señor
Oración
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, María Madre del Buen Consejo,
no desprecies las súplicas que te hacemos en nuestras necesidades, antes bien
líbranos siempre de todo mal y peligro, ¡Oh Virgen Gloriosa y Bendita!
Jaculatoria
V. Ruega por nosotros Virgen María, Madre del Buen Consejo y Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Rezar un Padre nuestro, un Ave María y un Gloria
Jaculatoria
V. En todas nuestras dudas y tribulaciones.
R. Procúranos Buen Consejo, ¡Oh María!
Oraciones
¡Oh Dios!, Dispensador de todos los Dones buenos y perfectos, haz que poniendo
nuestro refugio en María, obtengamos de Su Maternal mano: Consejo, Ayuda y
Asistencia en todos los acontecimientos, incertidumbres y tribulaciones de
nuestra vida. Por Jesucristo, Tu Hijo. Amén.
Admirable Administrador de todos los bienes, has preservado inmune de las manos
de los turcos, la preciosa imagen de la Madre de tu Hijo, en la región de
Albania, y por tus Santos Ángeles, la quisiste preservar con el admirable título
del “Buen Consejo”, concédenos que, así como la veneramos con todo el corazón,
así también por sus méritos y venerables Consejos, logremos la Patria Celestial.
Amén.
Concédenos Señor, Dios nuestro, a nosotros tus siervos gozar de perpetua salud
de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la Bienaventurada siempre
Virgen María, seamos librados de las tristezas presentes y gocemos de las
eternas alegrías del cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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