DEVOCIÓN DURANTE LA ELEVACIÓN DE LA HOSTIA

 

Luego de la consagración, el sacerdote eleva la Hostia y el Cáliz a la vista de los fieles

 

  La Transubstanciación es la parte más importante y más esencial de la Misa. He aquí por qué la Iglesia ha dispuesto que el cuerpo de Jesús, oculto bajo las Santas Especies fuese elevado a la vista de los feligreses inmediatamente después de la Consagración.

 En ese momento, todo el Cielo se regocija; los manantiales de salud y de gracia se derraman sobre la tierra; las llamas abrasadoras del Purgatorio se atenúan y los espíritus infernales son poseídos de espanto. Es que jamás se ha ofrecido al Señor un don tan conmovedor ni tan precioso.

  En la Elevación todo el pueblo, con el cuerpo inclinado, debe fijar su vista en el altar y mirar con fervor el Santísimo Sacramento y decir: "Dios mío y Señor mío"

  Jesucristo reveló a Santa Gertrudis, cuán agradable era a Dios esta práctica, y cuán útil al hombre. "Todas las veces, leemos en la vida de la Santa, que se dirija la vista a la Hostia consagrada, se aumenta en méritos para el Cielo, y el goce de la vida eterna, dependerá  del amor con que se haya contemplado en esta tierra el precioso Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo". 

  El sacerdote debe tener algunos instantes las Santas Especies elevadas, para presentarlas a las miradas de los fieles. Después de la elevación de la Hostia, el sacerdote se endereza, toma en sus manos el cáliz (que contiene la preciosa sangre de Cristo), lo eleva y lo muestra al pueblo. Tal es la voluntad de la Iglesia. El que no observa esta regla, es decir, el que no eleve la Hostia y el cáliz, o que habiéndolos elevado, los deposite con demasiada prisa sobre el altar, se hace culpable, porque priva al Salvador de los homenajes de la asamblea.

  La Biblia nos enseña la eficacia de esta práctica. Habiendo murmurado los Israelitas contra el Señor y contra Moisés, el Señor envió serpientes cuya mordeduras quemaban como el fuego. Varios fueron heridos o muertos. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "¡Hemos pecado! Ruega al Señor nos libre de estas serpientes".  Moisés oró, y el Señor le dijo: "Haz una serpiente de bronce y ponla para que sirva de señal. Cualquiera que estando herido la mire, será curado". Moisés hizo la serpiente de bronce, la puso como señal, y los que habían sido heridos, fueron sanados. Como nos dice San Juan: Así como Moisés elevó una serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre debe ser elevado en la Cruz". Si una simple figura del Salvador tenía la virtud de curar a los israelitas y salvarlos de la muerte, con cuánta mayor eficacia la piadosa contemplación del Cuerpo de Jesús curará las almas heridas por el pecado. Durante esta contemplación haced actos de fe en la presencia real de Jesucristo en la Santa Hostia y rogad la gracia de la salvación eterna.

 

AL ALZAR LA HOSTIA

  Señor  mío y Dios mío.

 Oh Señor, en Ti tengo puesta mi esperanza:

 no quede yo para siempre confundido: Sálvame, pues eres justo.

 

 

AL ALZAR EL CÁLIZ

En tus manos encomiendo mi espíritu:

Tú me has redimido, Señor Dios de la verdad.

¡Señor! hijo de David, ten piedad de nosotros.

 

"Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá"

 

 

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