LA MUERTE Y PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

 

 

 

   

 

 

 

 

 LUNES 2 DE JULIO DE 1984 3:30 AM

APARICIÓN # 140

El VIDENTE SUFRE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO SEÑOR

VIVIDA POR EL VIDENTE MIGUEL ÁNGEL

 

 



Miguel Ángel viene acercándose al Jardín Santo. Trae puesta una túnica blanca. Ingresa al Jardín, se persigna y de inmediato comienza a sufrir la Pasión de Nuestro Señor. A su lado está el padre Contardo, atento a todo.

El sacerdote dice: Hermanos, estamos viendo la sangre de Cristo que se está derramando. Miguel Ángel gime y llora. Su respiración es profunda y rápida, como intentando oxigenarse.

Se queja. La sangre le corre por la cara desde la cabeza hacia la boca.

Ahora nos pide que le amarremos de las manos a la cruz de madera que hay en el Jardín y también que le amarremos el pie derecho.

Así lo hacemos. Enseguida hay un nuevo cambio en la tonalidad de su voz.



Es Nuestro Señor quien nos habla.

Ya no puedo soportar más la cruz, dice respirando agitadamente. Dame fuerza, Padre.

Padre, Los fieles oran devotamente, en un murmullo constante. Nadie alza la voz, nadie se atreve a moverse de su lugar.

De pronto, Miguel Ángel pide que lo levanten y entre seis u ocho hombres no pueden hacerlo. Todos estos hermanos coinciden en decir que pesa unos 800 kilos o más. Nos da a entender que ese peso tan grande, es el peso de nuestros pecados.

 

 

 Luego insiste, diciendo:

 

 No me ofendáis más con vuestros pecados. Escuchad a mi Madre. Ella viene a la tierra a salvaros. Nuevamente se queja de dolor y después dice: Para los hijos que no creen. Para aquellos que me ofenden. Llora y se queja.

Luego llama al padre Contardo y le pide que revise su cabeza, de donde brota abundante sangre. También llama al doctor. Miguel Ángel se tambalea cayendo al suelo varias veces y se pega en la cara. En ese momento hombres y mujeres lloran.

 

 Miguel Ángel comienza a subir amarrado a la cruz, en dirección a la cruz que se encuentra en la cima del cerro. Los fieles, llorando, lo vamos siguiendo. Varias veces cae y se pega en pleno rostro, pero se incorpora y sigue subiendo hasta que llega arriba. Luego de unos segundos, pide ser amarrado de manos y pies y así la cruz es levantada, con el vidente amarrado a ésta y grita con todas sus fuerzas:

¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!, vuelve a gritar. ¡Padre!, y se queja fuertemente, mientras llora. Los fieles se arrodillan rezando y pidiendo perdón. Todo esto es indescriptible. ¡Elí, Elí, lemá sabactani!

Los fieles siguen rezando y pidiendo perdón. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Luego el vidente pide que nos retiremos a unos cinco metros de distancia. Los médicos lo revisan y constatan que no tiene pulso y luego expira.

Lo que sentimos hace casi imposible contener el llanto. Es inevitable llorar y lo hacemos sin ningún pudor, tanto hombres como mujeres.

Luego Miguel Ángel es bajado de la cruz y ya en el suelo, se tambalea de un lado para otro, cayendo en brazos de uno y otro peregrino y a cada uno le dice:

 

 Ayúdame a llevar esta cruz. No me ofendan más con vuestros pecados.



Después, encontrándose de espaldas sobre el suelo, pide que lo levanten. Entre varios, lo levantan hasta una altura aproximada de un metro y 20 centímetros. Luego pide que lo suelten. Su cuerpo cae rígido y se azota contra el suelo, sin que le pase nada.

Seguimos rezando y pidiendo perdón. Luego, ya con su voz normal, dice: En cualquier momento vendrá nuevamente. ¡Chao!, le dice. Pero ven. Así, Miguel Ángel sale del éxtasis y se retira a meditar, sin demostrar lesión alguna.

 

 

 



Nota:

Para mí, que relato esta aparición, ha sido una de las citas más impresionantes de las que me ha tocado vivir. Era el mismo Cristo Nuestro Señor quien sufría por mis propias faltas y las del mundo. No encuentro las palabras, ni creo nunca poderlas encontrar, para poder expresar lo profundo y maravilloso de lo vivido.

¿Cuántas veces leí sobre su Pasión? Muchas, pero jamás me imaginé algo tan tremendo como esto. Sólo quisiera agregar, que es mi deseo que cambiemos nuestras vidas y así darles esa alegría a Jesús, Nuestro Señor y a María Santísima. Doy gracias a Dios por haberme permitido estar presente esta madrugada, acompañándolo en su Pasión. Creo que nunca más volveré a ser la misma.
 

María Luisa Paredes, leer el libro en la Biblioteca de la Dama Blanca de la Paz.
 

 

 

 


 

 

 

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